Igual que las grandes creaciones de la época como el Lusitania y el Mauretania, los tres hermanos de White Star habían sido presentados ante la opinión pública mundial como “insumergibles”. Del Olympic, el Titanic y el Britannic, sólo el primero pudo lograr el sueño de realizar viajes trasatlánticos, y no sólo eso: lo hizo por varias décadas, hasta que, eventualmente, en marzo de 1935 a un año de haberse efectuado la fusión de White Star y su acérrimo competidor Cunard (la empresa creadora del Lusitania y el Mauretania), y tras perder clientes a favor de nuevas embarcaciones, el Olympic efectuó su último viaje a Nueva York para ser vendido, desmantelado y convertido en chatarra.
A pesar de la majestuosidad del Olympic (muchas veces confundido con el Titanic por las grandes similitudes entre las dos embarcaciones) y de la triste suerte que corrió el Britannic, la fama del Titanic supera, con mucho, la de sus hermanos. Es interesante observar la fascinación que ha creado el Titanic en tantas generaciones. Es difícil saber qué es lo que más llama la atención y despierta la curiosidad de la gente respecto al “barco de los sueños.” No parece ser sólo la dimensión de la tragedia humana que implicó su hundimiento, ya que, por ejemplo, en 1902, el Monte Pelee ubicado en Martinique había hecho erupción a costa de la vida de 40 mil personas, y a pesar de que en su momento la noticia fue ampliamente difundida en los medios de comunicación, no trascendió de la manera en que lo hizo el Titanic no obstante que las víctimas del hundimiento fueron considerablemente menores. Hoy mucha gente tiene una idea más o menos clara del desastre del Titanic, pero muy poca sabe de la erupción del Monte Pelee, fuera de la comunidad de los vulcanólogos. Lo mismo puede decirse de otros desafortundaos accidentes en alta mar, donde desaparecieron, además del hermano del Titannic, el Britannic, barcos de gran renombre como el Lusitania, el Andrea Doria y de manera más reciente, el Estonia. Todos estos nombres, por más recientes que sean, quedan opacados ante la simple alusión al Titanic. ¿Por qué?
Incluso para los estándares actuales, el Titanic era un barco seguro. Tuvo en su contra buena parte de los ideales de la época, cuando se hablaba del triunfo del hombre sobre la naturaleza y las medidas de seguridad para los pasajeros eran, en consecuencia, muy deficientes. Baste mencionar que las regulaciones marítimas de principios de siglo establecían que cualquier embarcación con una carga de 10 mil o más toneladas, debería portar 16 botes salvavidas. El Titanic cargaba 20 botes, por lo que cumplía y excedía las disposiciones oficiales. Se sabe que ninguna embarcación de la época portaba suficientes botes para evacuar a los pasajeros en caso de emergencia. La opinión general era que si un barco se dañaba durante la navegación, los botes salvavidas serían usados para transportar a los pasajeros a barcos de rescate que presumiblemente estarían cerca de la zona de desastre debido al contínuo flujo de naves en el Océano Atlántico. Esta percecepción era alimentada por la invención de las comunicaciones inalámbricas, las que, presumiblemente, acelerarían las informaciones y noticias en caso de emergencia. También se pensaba que cualquier embarcación dañada podría permanecer a flote por varias horas, al menos las suficientes hasta que la ayuda llegara.
Lamentablemente tuvo que ocurrir la desgracia del Titanic para que se desarrollaran diversas normas en materia de seguridad y de responsabilidad en la navegación marítima. Buena parte de esas normas en el terreno jurídico han sido recogidas por la Organización Marítima Mundial (OMM), organismo subsidiario de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) encargado de velar por la seguridad y la correcta operación de todas las naves que transitan por los mares del planeta.
Las causas del hundimiento del Titanic han sido documentadas más ampliamente gracias a que en 1985, el oceanógrafo Robert Ballard, de la Woods Hole Oceanographic Institution y la organización oceanográfica IFREMER lograron ubicar la nave en el fondo de las costas de Halifax, Nova Scotia, en el Atlántico norte. Las invetigaciones realizadas con complejos sistemas de exploración, incluyendo el mini-submarino Nautile (capaz de transportar un máximo de tres personas a profundidades nunca antes visibles para el ojo humano) han permitido documentar el estado actual del que fuera en su tiempo el barco más grande del mundo, así como la magnitud del daño que le ocasionó el iceberg contra el que se impactó, además de la calidad del acero de la nave y otros detalles adicionales.
Así, por ejemplo, se sabe que al impactarse contra un témpano de hielo, el Titanic sufrió diversas incisiones en varias partes de la proa, y no una gran tajada como argumentaban los diarios de la época. Con cortes que en conjunto son de un metro y medio aproximadamente, el agua pudo fluir de distintas maneras a los seis compartimentos que terminarían partiendo y hundiendo a la nave.
Otro descubrimiento interesante es al que se ha llegado tras examinar la calidad del acero del Titanic. El acero empleado en la construcción del “barco de los sueños” (y de la mayoría de las embarcaciones de la época), poseía impurezas, especialmente el sulfuro de manganeso, el cual provocaba que el acero se hiciera quebradizo y por ende, menos resistente a posibles impactos. Hay que añadir a ello el hecho de que el 14 y el 15 de abril de 1912, las aguas del Atlántico norte estaban más frías de lo normal (dos grados centígrados) para esa época del año, hecho que también afectó la resistencia del acero del lujoso barco.
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